23 agosto 2009
El teorema pardo del chiste de la pelotita de pimpón
Cuando yo era pequeño se estilaba una broma que se denominaba "El chiste de la pelotita de pimpón". Alguien (un hermano, un amigo) que decía contarte un chiste comenzaba así: "Érase un padre que tenía un hijo muy inteligente. Tras pasar con la mejor nota a los seis años el examen de ingreso a un prestigioso colegio, le preguntó qué regalo quería como recompensa a lo que el chaval respondió: ¡una pelotita de pimpón!. El padre se extrañó y le preguntó que si en vez de ese ridículo obsequio no prefería otra cosa y el niño le dijo que no. El padre finalmente accedió a los deseos del hijo y el niño se puso la mar de contento. A los meses fue el compleaños del nene y su padre le volvió a formular la misma pregunta. La respuesta fue similar: ¡una pelotita de pimpón!"...
Esta biografía se prolongaba hasta donde quería el narrador y hasta el límite de paciencia del que la escuchaba. Cuando el primero veía que ya estaba bien de cachondeo daba fin diciendo: "Cuando el chaval cumplió los cincuenta años y su padre, como siempre, le reiteró la pregunta de toda su vida, él le repondió: una pelotita de pimpón... ¡y un Ferrari!. El padre se quedó patidifuso por la novedad, pero se alegró de que el chaval pidiera cosas más normales. El día de su cumpleaños, el hijo se montó en el flamante coche no sin antes haber guardado la pelotita de pimpón, con la mala suerte de que al tomar la primera curva este volcó resultando gravemente herido. En el lecho de muerte y entre sollozos, el padre le formuló la pregunta que le acosaba toda su vida: ¿ para qué querías TANTAS pelotitas de pimpón?. Con su último aliento le reponde: para...para.... ¡Y VA Y SE MUERE!".
Como veis NO era un chiste, era una BROMA PESADA para acabar con la paciencia del oyente. Crea la espectación de un misterio y luego finaliza como una tomadura de pelo. Pues bien, esta misma estructura la he encontrado en muchas narraciones, ya fuesen guiones de cine o televisión o novelas. Mi última vez ha sido con la novela de "El secreto del gazpacho" de Gervasio Posadas.
El libro comienza muy bien, presentando al protagonista, Rodrigo Alonso un publicitario de carrera cínico y pijo madrileño, que harto del mundo del marketing decide abandonarlo todo para escribir un libro de autoayuda que le vuelva multimillonario. El mundo en que se desenvuelve el personaje está muy bien descrito y la crítica a los libros de autoayuda resulta feroz, tachándolos de simplistas sacacuartos. Todo ello me enganchó y resultaba muy ameno hasta que de repente a mitad del libro, el autor hace intervenir a una secta cuyo fin es la ¡conquista del mundo! liderada por un malo de opereta, tan tópico que ríete de Dan Brown, al que por cierto también lo critica aunque levemente. La otra mitad de la narración es un thriller estereotipado y simplón que lo coloca a la altura de todos los libros que se atreve a criticar cuando no, por debajo.
Para joder aún más la marrana, el epílogo final es de órdago. Se trata de un happy end a la americana vomitivo: Rodrigo tras ser torturado por la secta y rescatado en el último momento por los GEOS de una muerte segura, se restablece psicológicamente gracias a las terapias de un psicólogo que le enseña el pensamiento positivo. Deja de perseguir mujeres para casarse con la petarda que siempre estuvo enamorada de él, tiene una hija con ella, sus amigos lo imitan, , se reconcilia con su padre, ayuda a su asistenta dominicana a levantar un negocio de catering de éxito y proclama su felicidad esparciéndola por dondequiera que pisa.
En resumen, que comienza siendo una crítica al fenómeno económico y social de la autoayuda en la voz de un manipulador profesional, pasa a ser una novelucha de asesinatos con trama infantil y termina proclamando las bondades de la felicidad. Lo dicho: una tomadura de pelo.
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