21 mayo 2007

¡Que viva la justicia divina!

Hoy, una compañera me ha dado una buena noticia, de esas que si no te hacen creer en Dios (ya estamos viejos para eso) sí en la justicia divina.

Todo ha comenzado hablando de mis quince años y de la vida que hacía en el instituto. De cómo sobrevives a esa edad, anécdotas y tal, y no sé por qué ha salido el nombre de una profesora de inglés que tuve, a la cual yo le tenía especial tirria. Tirria porque me hizo la vida imposible. Tirria porque sólo explicaba a la primera fila, que curiosamente estaba formada por hijos de funcionarios, de los que iban de tres a cuatro de la tarde a academia de inglés, y que traían los deberes recién hechos. Tirria porque era incapaz de darme una explicación sencilla, sin recurrir a los tiempos verbales o a términos filológicos. Tirria por darme por imposible durante dos años, uno de ellos siendo mi tutora. Tirria por hacerme creer que era imposible que yo aprendiera inglés nunca en mi vida.

La historia terminó cuando el segundo verano, mis padres me apuntaron a una academia, y la pobre chavala que allí trabajaba me dio una explicación de tan sólo media hora sobre cómo conjugar los verbos, qué era un sustantivo y qué un adjetivo y ¡coño! se me hizo la luz. Recuperé el inglés que tenía pendiente y nunca más suspendí la asignatura. A partir de entonces, todo fueron cincos y seises pelados, pero por lo menos aprobaba.

En fin, decía que estaba hablando de ella cuando mi compañera, una señora ya mayor, me dice:«A sí, fulanita, fue mi compañera hace años» y continúa «pues pobrecilla, con lo que le pasó con LA HIJA ADOPTADA.» Ante los ojos como platos que he puesto, ha continuado «¿No lo sabías? Adoptó a una chavala CON PROBLEMAS, y no pudo con ella. Es más, terminó DESBALIJÁNDOLE LA CASA.»

No he podido reprimir la carcajada histérica. Me han reprochado (y mucho) el reirme de la desgracia ajena. Pero ¡qué coño! fueron dos años de mierda y machaque, así que si la vida le ha ido mal ¡qué le den! (o fuck her! como prefiera.)

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