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El diseñador alemán Karl Lagerfeld asegura no llevar reloj ni teléfono móvil por convicción y considera que uno de los mayores lujos es no tener que estar localizable.
De siempre me han jodido estos homosexuales que se pasean como divas por el gallinero de la fama y el cuché, dando lecciones de moralidad y supuesto encanto. La falsedad de sus estereotipos me retuerce las tripas y saca lo peor de mis instintos. Karlitos es de los que piensa que la clase ha de aparentarse, de ahí su imagen de madelman que se va a desarmar de un momento a otro, su desdén por la actualidad a la cual cree no pertenecer y sus posiciones en la tradición más estúpidamente rancia.
Transforma su miedo a no saber desenvolverse con los adelantos tecnológicos (en realidad no se sabe desenvolver con nada de la vida cotidiana) en un desdén propio de una élite de la que tan sólo son divertidos bufones. Después de todo Lagerfeld SÓLO es un modisto, alguien que necesita vender su producto banal y perecedero a banqueros, magnates y señoras jarrón que compran glamour a golpe de talonario.
En fin, que Lagerfeld pertenece a esa minoría de vagos patanes, que viven de una imagen denostada y anacrónica propia de novelas rosas, pero que en realidad dependen de toda una cohorte de lacayos que le atienden el teléfono, le mandan los e-mails, atienden la puerta y les preparan la comida. Carne a enterrar.
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