De mamás repelentes, niñas repipis

Una de las cosas que más cuido cuando voy en transporte público son las conversaciones que mantengo y mi tono de voz. Primero por discreción y segundo por no molestar al resto del pasaje, no como el grupito de madres acompañadas por sus respectivas monstruitas, cuyas charlas he tenido que sufrir entre pedantes y repugnantes, durante cuatro horas de tren.

Ocupaban ocho asientos del vagón. A la izquierda según la marcha del tren, las mamás con discusiones transcendentes que han comenzado con "El niño con el pijama a rayas" y varios bestsellers timoratos más, han pasado por críticas al funcionariado público y la situación de la mujer en la España de los cincuenta (cada una presumía de lo mucho que habían sufrido sus madres en el pasado) para terminar en un agobiante y nauseabundo repaso por los raspados uterinos que se habían practicado cada una de ellas. A la derecha, las nenas que no paraban de jugar entre risitas y chillidos agudos, a dependientas de tiendas pijas, peluquerías fashion o vendedoras de entradas para "High School Musical" (lo nombraban tanto, que llegué a la conclusión que esa era el único motivo de su viaje).

Al bajarse todo el grupo en la estación de Murcia, ha sonado por todo el vagón una mezcla de suspiro de alivio y aplauso sordo. Es una lástima que la ley no contemple órdenes de alejamiento ferroviarias, para ese tipo de personas.